Y no les hicimos caso…

Por Daniel Bianchi

Hasta no hace mucho tiempo, era cuestión de verlos a través de los programas informativos o los documentales, porque sucedían siempre en otros países, generalmente del Lejano Oriente, de la Europa profunda o en Estados Unidos.

Pero desde hace algún tiempo, forman también parte de la realidad uruguaya.

Nos referimos a los hasta ahora extraordinarios fenómenos climáticos que, cada vez con mayor recurrencia, afectan también a nuestro país y que, hasta no hace mucho, consistían en las aburridas elucubraciones y disquisiciones teóricas de expertos, periodistas especializados o activistas ambientales que, desde las pantallas de Discovery, NatGeo o algún canal similar, nos atiborraban con datos técnicos y numéricos que pocos entendían.

Nos saturaban con imágenes propias del Apocalipsis, del fin de los tiempos, con especulaciones que parecían tener mucho de sensacionalistas y poco de alcance real.

Pero nos estaban alertando, ni más ni menos, que de la incidencia del cambio climático en nuestros países, en nuestras vidas y en las gestiones de los gobiernos. Y no les hicimos caso.

Era preferible mirar el partido de fútbol por la Copa Libertadores, el Carnaval o una buena película, que prestar un poco de atención -tan sólo un poco- a las advertencias que nos hacían desde distintas partes del mundo.

Cada día que pasa, con renovado vigor somos testigos de cómo el planeta nos pasa factura, y aquello que antes era un episodio aislado, ahora es más frecuente y, mal que nos pese, incide cada vez más en la realidad cotidiana.

Y ello a pesar de que, como nos enseñaron en la escuela, Uruguay es una penillanura, su territorio es suavemente ondulado y su clima es templado. No padecemos terremotos, maremotos, tsunamis ni erupciones volcánicas, pero aún así desde siempre ha habido fuertes vientos, lluvias cuantiosas, inundaciones, sequías y días de extremo calor y frío. Lo que llama la atención por estos días es el incremento más asiduo de esos fenómenos climáticos, su frecuencia cada vez más recurrente y las consecuencias que dejan a su paso.

Durante el mes de febrero la inclemencia del agua y la fuerza del viento devastaron hogares, arruinaron rutas, calles y caminos rurales, provocaron el desborde de pozos negros, y destruyeron gran parte de la producción hortifrutícola y granelera. Los daños son muy importantes, y conllevan un perjuicio económico que aún no ha sido establecido pero que ya trepa a varios millones de dólares, los que aún podrían incrementarse si, como está pronosticado, se reanudan las lluvias y persisten durante varios días.

Las voces que se han levantado a nivel mundial alertando de esta situación son muchas. El 11 de diciembre de 1997 se firmó en Japón el “Protocolo de Kioto sobre el cambio climático”, un acuerdo de cooperación internacional cuyo objetivo era reducir en todo el mundo la emisión de seis gases de efecto invernadero, aunque no entró en vigor hasta el 16 de febrero de 2005.

El acuerdo transita hoy su segundo período (2013-2020), pero Estados Unidos, “oficialmente” el mayor emisor de gases de ese tipo -aunque ya hace largo rato que fue superado por China, que junto con India, en la tercera ubicación, producen el 30% del total de las emisiones- aún no lo ha ratificado, Canadá se retiró del mismo en 2011, y China e India sencillamente no lo cumplen.

Algunos expertos sostienen que, por motivos económicos y de política energética, el Protocolo ha fracasado hace largo tiempo. Y la naturaleza parece darles la razón: la capa de ozono prosigue su deterioro, el nivel de los océanos sube por el deshielo de los polos, la temperatura de los mares aumenta, la lluvia ácida se ha extendido por los países asiáticos, y las selvas tropicales -que inciden en los vientos- son taladas indiscriminadamente.

Queda claro que las emisiones -y, consecuentemente, las alteraciones climáticas- no dependen de lo que pueda hacer Uruguay, pero ello no significa que tengamos que asumir que la degradación derive en mutaciones no sólo del suelo uruguayo, sino de nuestras costumbres.

Se pueden hacer cosas desde los gobiernos nacional y departamental. Por ejemplo, planificar la reubicación de barrios o asentamientos para no tener que vivir permanentemente la angustia de las inundaciones. O crear Centros de Evacuados que rápidamente permitan alojar a quienes los necesiten sin tener que recurrir a la buena disposición de instituciones privadas.

El ex vicepresidente de Estados Unidos (1993-2001), Al Gore, Premio Nobel de la Paz en 2007 junto al Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, ha recorrido el mundo desarrollando una permanente e incansable divulgación sobre los perniciosos efectos del calentamiento global, convirtiéndose en uno de los más célebres exponentes en la materia.

Y ha sintetizado el problema en una frase categórica: “El cambio climático es un desafío generacional. Tenemos que ser la generación que hizo lo que debía».

Disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero no es tarea nuestra. Pero sí lo son reclamar a los países industrializados que lo hagan y comenzar a tomar las precauciones necesarias para minimizar sus daños.

Y debemos hacerlo cuanto antes.

Actuemos hoy, para no lamentar mañana.