"A MI ME PREOCUPA EL LIBRO"

Sesión sobre las excepciones a la ley de derechos de autor, donde no votamos dos de los cinco artículos propuestos

 

Queremos ratificar las expresiones del señor senador Amorín, en especial con relación a esas dos objeciones claras y contundentes, cuyos fundamentos no han sido conmovidos por las explicaciones que se dieron.

En primer lugar, queremos decir que nosotros acompañamos las excepciones fundados en un interés importante: que los estudiantes puedan acceder al material. Ese es el interés superior que hoy estamos valorando para votar estas excepciones. Acompañamos esa preocupación, pero no la encontramos en la norma que citó el señor Amorín, que está hecha con una amplitud que excede el interés de los estudiantes de acceder al material. Parecería ser que ese interés de los estudiantes se transforma en un caballo de Troya dentro del cual ingresan otros intereses. No vemos por qué, por lo menos, no se limita eso. Se incluyen intereses de terceros dentro de esta modificación.

En segundo lugar, nos llama la atención que se suprima una sanción. Todos sabemos que si existe una norma que establece prohibiciones –como existe– y otra norma que establece excepciones –que ahora estamos ampliando–, es porque hay algunas prohibiciones que siguen subsistiendo, y si se viola una norma tiene que existir una sanción. Ese es un principio básico del derecho. Obviamente, si no se está de acuerdo con la sanción, habría que buscar otra, pero no eliminar toda sanción, porque entonces se transforma en lo que desde el punto de vista jurídico se llama «una norma en blanco», que establece una obligación pero no una sanción y, por ende, nadie debe cumplirla. Podemos discutir si la multa o la sanción pecuniaria es buena o mala. ¡Hagámoslo! Pero si ella no es la mejor solución, ¿cuál es? Debemos ponerla.

Por otra parte, en más de una alocución se han hecho referencias genéricas a una cantidad de regulaciones legales e internacionales que son distintas en cuanto a la materia sobre la que recaen y en cuanto a las soluciones. Quizás sea bueno ser precisos en eso porque, en la crítica, de repente se toma la solución de una materia para aplicar a otra, y hay que ser claro en cuanto a que el amplio campo de la propiedad intelectual, de la creación, ha recibido en el sistema jurídico –no solamente en el nuestro, sino en la mayoría de los países– distintas soluciones, tanto según la materia sobre la que recae, como en función de los tiempos de protección. ¿Por qué? Porque el gran campo de la propiedad intelectual se divide en dos sectores: los derechos de autor y la propiedad industrial, que tiene tratamientos distintos. Los derechos de autor tienen muchísimos años de protección, pero los de la propiedad industrial son distintos.

En la propiedad industrial están las patentes, que tienen un plazo de 15 años e incluso tienen la posibilidad de que se soliciten licencias obligatorias cuando los precios no son adecuados o cuando no se puede acceder a los productos por los precios de los mercados. O sea que tienen una regulación distinta.

En la propiedad industrial también están las marcas, las denominaciones de origen, que tienen un plazo de diez años pero pueden ser renovadas indefinidamente por todo el tiempo que se quiera.

En la propiedad industrial, además, están los diseños industriales, que tienen un plazo que va de tres a cinco años; o los modelos de utilidad que mejoran una patente, con un plazo de siete a diez años.

Entonces, traer críticas a esto haciendo referencia a lo que se aplica a la propiedad industrial para justificar lo que hace a los derechos de autor, nos parece que no es adecuado. Si lo fuera, debería aclararse que las soluciones son distintas.

Además de eso, dentro de los derechos de autor –donde nos encontramos, obviamente, con el copyright, que se mencionó hoy– también se incluyen los software como creación del intelecto, pero no el hardware, porque es objeto de una patente de invención.

–Si vamos al software –y ya pasamos un aviso–, hay un proyecto que ayudaría mucho al acceso a la información, que se encuentra a estudio de esta Cámara pero que no se trata. Me refiero al proyecto de ley relativo a la neutralidad en la red. Lo menciono porque, si vamos a hablar de grandes corporaciones que hacen lobby para afectar el acceso a la información, hablemos de lo que está pasando en Estados Unidos con Verizon, Comstar, etcétera, que están tratando de privilegiar el acceso a Internet. Y nosotros seguimos pregonando que todos –el que tiene el poder económico más grande, pero también el estudiante que está empezando su carrera– tengan el mismo acceso a Internet. Hay algunas empresas en el mundo que están tratando de sacar un lucro –que en definitiva es el fin de una empresa– buscando, justamente, que no exista esa neutralidad en la red. Deberíamos tratar ese proyecto si vamos por este camino.

Ya a Ortega y Gasset, allá por 1920, al estudiar algunas tribus del norte de América le llamó la atención que en ellas se condenaba severamente el robo de canciones, cuando no se condenaba el hurto de cosas materiales. Es decir, si alguien cantaba la canción de otro, era penalizado por la tribu. En aquel entonces Ortega y Gasset veía un esbozo de la riqueza que hoy tiene ese país, en cuanto protege la creación del intelecto con tanta o más fuerza que los bienes materiales.

Me parece que es muy buena la propuesta que figura en un artículo aditivo de crear una comisión de seguimiento de esta ley, porque tenemos que darnos cuenta de que hoy estamos beneficiando a los estudiantes pero a costa de alguien. ¿De quién? De las casas editoriales pero, sobre todo, de los autores. Y la protección del derecho de creación del autor es esencial.

En este mes y en este año se cumplen 400 años de la muerte de los dos más grandes autores de la literatura universal: William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, que coincidentemente mueren en el mismo mes y año. ¿Cómo publicaban esos autores? ¿Cómo publicaban Shakespeare y Cervantes? Cervantes tenía que andar atrás de benefactores que tuvieran la autorización para publicar a fin de que le consiguiera el permiso para hacerlo y así poder vivir de ello. Por su parte, Shakespeare iba detrás de la reina o el rey para que le compraran las piezas teatrales que escribía y así poder exhibirlas.

¿Qué hubiera pasado con Gabriel García Márquez sin los derechos de autor? ¿Hubiéramos tenido esos Cien años de soledad? Es famoso el cuento: luego de terminarlo, García Márquez habla con la casa editorial pero no tenía plata para enviarlo por correo a Buenos Aires. Entonces, empeña las joyas de la mujer. Después sí se publicó, y atrás vinieron los Fuentes, los Vargas Llosa y ¡cuántos uruguayos! ¿No debiéramos pensar también en esos docentes de la Facultad que se ven alentados, incentivados a escribir? Y también están las editoriales, que no solamente le pagan al docente que escribe, sino al que diseña el libro, etcétera. Los estamos afectando. No digo que no lo hagamos en casos excepcionales como el acceso a la educación; voy a votar para hacerlo (en los hechos ya existían excepciones fundadas en ello). Pero seamos conscientes de que estamos afectándolos y quizás el día de mañana haya menos personas que escriban, porque no encuentran la mínima remuneración. Hoy ya no se hacen ricos por publicar en el Uruguay; vamos a decir la verdad. ¿No debiéramos, en esa comisión de seguimiento, pensar en qué beneficios les podemos dar para alentar que publiquen y que escriban? ¿No debiera ser parte de esto? Creo que sí. Me parece que le falta algo a esta ley, que es atender esa otra situación.

Sobre el acceso a los libros que se escriben, puede haber todo tipo de motivación. La que se menciona es muy loable y, junto con ella, va el prestigio que da publicar, que también –no hay que negarlo– existe. Otro autor querrá ganar dinero, poder dedicarse exclusivamente a escribir, y también es aceptable. Pero ese acceso hay que vehiculizarlo. No se trata de que el autor pase el texto a mimeógrafo o lo escriba a máquina y lo suba a Internet. ¡No! Ese autor quiere publicar un libro, y eso tiene un costo de diagramación, de armado, etcétera. Es más barato publicar un libro que sacar fotocopias. La diferencia es que el libro está armado y tiene una cantidad de costos, entre ellos el del autor. Esa es la realidad. Y lo que decimos es que ese acceso se va a ver perjudicado y debiéramos prestarle atención. Me preocupa que haya menos personas que escriban o que puedan publicar libros.

En definitiva, uno ya está quedando antiguo y viejo, pero lo que me preocupa es el libro.

Decía Borges en una de sus conferencias: «De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación».

Entonces, cuando estamos tomando medidas que son muy buenas para el acceso de los estudiantes a los libros, pero que también permiten hacer fotocopias a los que no son estudiantes, sin sanción, pido que pensemos un minuto en el libro y no las votemos.

El libro no va a estar amenazado sólo por esta ley, que va a quedar vieja y obsoleta dentro de muy poco. El libro hoy está, al igual que otras creaciones del intelecto, amenazado por los avances de la tecnología.         Hoy ya no nos preocupa si podemos repetir y cantar las canciones de los indios norteamericanos, como le pasaba a Ortega y Gasset en 1921; tenemos Spotify, que baja la música en un minuto por poco dinero. Y tenemos Kindle y Amazon, que nos dan el acceso por Internet y le dan el derecho al autor de cobrar. En definitiva, estamos legislando tarde. De manera que encaremos este problema que hoy tienen los alumnos, pero estudiemos bien este asunto porque dentro de muy poco vamos a tener que volver a él para legislar sobre las nuevas tecnologías que lo están afectando. Y ojalá que no afecten lo más importante, que es el contenido del libro, que es la palabra.

Dice Gabriel García Márquez creo que en El olor de la guayaba que cuando era un niño iba caminando por la calle y venía un ciclista a todo lo que da que lo iba a atropellar. En ese momento pasaba un cura que le gritó «¡Cuidado!», y el ciclista se desvió y terminó hecho pomada. Entonces, el cura le dijo a ese niño que era García Márquez: «¿Viste el valor que tiene la palabra?». Y él aprendió.

Gracias, señor presidente.