Peronismo a la uruguaya
Se suele escuchar a menudo que hay sectores dentro del Frente Amplio (FA) que nada tienen que ver con otros que integran esa coalición de partidos. Son tantos los extremos que se juntan bajo un mismo lema, que se presta a la confusión.
La izquierda -sabia en poner etiquetas y adjetivar rápidamente- construyó el mote de “rosados” para caricaturizar a las coaliciones coloradas y blancas, de los gobiernos posdictadura. Si de colores se trata, el FA es un gran arco iris, donde se cobijan marxistas con católicos y comunistas con liberales. No es mi intención hacer juicios de valor de cómo se arma el conglomerado oficialista. Allá ellos. Lo que sí me propongo analizar es otra falacia que la izquierda ha sabido construir y hacer creer: que no son todos iguales.
De ese modo, hay quienes creen que Danilo Astori y su sector no son lo mismo que José Mujica y el suyo. Que no es lo mismo lo que representa Tabaré Vázquez que la expresión brindada por Lucía Topolansky o Julio Marenales.
Es un profundo error.
Podrán pensar distinto, claro que sí. Pero a la hora de actuar y levantar la mano -expresión por excelencia de las convicciones- todos actúan de igual modo.
Hace una década, cuando Astori creía que la salida de la peor crisis del país era la adecuada, su partido, liderado por Vázquez, opinó lo contrario y no lo dejó actuar conforme a su sentir. Luego, con el referéndum contra la ley de asociación de Ancap, el propio Vázquez le dijo que debía “acatar, callarse la boca o irse”.
Más acá en el tiempo, Astori abrió el diario y se desayunó que su gobierno pondría un impuesto a la tierra. Se dieron el lujo, el presidente y el vice, de salir a la misma hora en dos radios distintas, argumentando sobre la medida, el primero a favor y el segundo en contra. Pero cuando hubo que levantar las manos en el Parlamento, los votos estuvieron, incluso los astoristas. ¿Para qué entonces el cúmulo de declaraciones contradictorias previas? Para parecer distintos, a pesar de que el resultado es el mismo.
Los lamentables episodios en el Mercosur nuevamente pusieron de manifiesto esa actitud. De forma muy dura, Astori arremetió contra las decisiones de Cristina Fernández de Kirchner, Mujica y Dilma Rousseff en la cumbre de Mendoza. Pero luego levantó su mano en apoyo al gobierno cuando se interpeló al canciller. Y fundamentó su voto a pesar de que no se pudo escuchar en su totalidad desde fuera del Senado, pues se cortó la señal de internet que transmitía la Presidencia de la República. Lo mismo ocurre con Vázquez, quien manifestó su alegría por el ingreso de Venezuela al bloque y relativizó su forma ilegal diciendo que se “aprovechó la oportunidad”, avalando a Mujica en que lo político está por encima de lo jurídico.
En la izquierda tomaron lo popular y lo transformaron en populista. Límite delgado, pero claramente definido. Usaron el discurso obrerista para pasarse a la lógica corporativista. El obrerismo -propio del batllismo- rechaza la internalización de lo sindical en lo partidario y viceversa. El partido es una cosa y los sindicatos otra, repetimos los batllistas. Pero el FA copó los sindicatos y monopolizó el discurso obrero. Militantes sindicales adheridos a partidos fundacionales se la ven -si les permiten- muy complicada para ejercer sus derechos gremiales.
Cualquier semejanza con lo que ocurre del otro lado del Río de la Plata no es casualidad.
Mal espejo el argentino para imitar. Debería ser, en muchas cosas, ejemplo de lo que no hay que hacer. Pero el gobierno va lentamente siguiendo aquellos pasos.
El FA hace de gobierno y oposición a la vez, con mayor lentitud y sin grandes estridencias como los argentinos. Por ello estamos ante un peronismo a la uruguaya.
Lo importante es que cada vez son menos los que no han advertido aún ese juego político.
