No es para estar orgulloso
Daniel Bianchi
El Informe PISA 2012, dado a conocer la pasada semana, indica que en los últimos tres años los países de América Latina experimentaron una severa retracción de los niveles educativos, y puntualmente, Uruguay cayó nada menos que ocho lugares.
Las Pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (Program for International Student Asessment, PISA, según su acrónimo en inglés), son un proyecto implementado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El objetivo de las mismas es evaluar el nivel de formación y aprendizaje de los alumnos al final de la etapa de la enseñanza obligatoria, en términos generales, hacia los 15 años.
Las Pruebas PISA surgieron en el año 2000 y se realizan a solicitud de los gobiernos y sus instituciones de Educación. Se llevan a cabo periódicamente, cada tres años, en varios países, con el fin de tener un comparativo del alumnado a nivel internacional. La evaluación es estandarizada, y consiste en una serie de exámenes en las áreas de matemática, lectura y competencia científica, y cada año profundiza en una de ellas.
La cruda realidad del Informe 2012 revela que, a pesar de los anuncios de los gobiernos respecto a priorizar la Educación en sus respetivos países –“Los gobernantes deberíamos ser obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo cien veces: Debo ocuparme de la Educación”, señalaba el presidente Mujica al asumir la Presidencia- y las medidas que pudieran haberse adoptado para ello, han fracasado en sus políticas educativas. Entre otras grandes falencias, no han podido lograr, siquiera, que los adolescentes mejoren sus índices de comprensión lectora. Y no saber leer, significa no poder interpretar el planteo de un problema.
El país que más ha retrocedido en los últimos tres años, de entre los sesenta y cinco analizados en el Informe 2012, ha sido Colombia, cayendo diez posiciones respecto al año 2009. Y el segundo país que ha caído varios lugares en el mencionado trienio, es Uruguay. Ahora se ubica en el puesto 55, cuando en 2009 estaba en el 43.
Los resultados, claro está, no afectan sólo a ellos, sino a toda América Latina que se encuentra muy por debajo del promedio de la OCDE.
Las tres mejores calificaciones a nivel internacional corresponden a países -o zonas- asiáticos, Shanghai, Singapur y Hong Kong, en los cuales “la educación es percibida como condición sine qua non de movilidad social y un medio de honra familiar”, según el Informe.
El Informe PISA invariablemente causa un fuerte impacto en las autoridades y en el público de los países que evalúa. Por dos razones: una, es que es irrefutable, y otra, es que su trascendencia es de tal magnitud que invariablemente modifica el camino de las políticas educativas de los países evaluados con vistas a mejorar la calidad de la Enseñanza.
El imaginario colectivo podría suponer múltiples pruebas de evaluación, pero las Pruebas PISA sencillamente miden la capacidad de los estudiantes para, con base en los conocimientos y experiencias adquiridos en la escuela, la Secundaria, la familia o con los amigos, actuar eficazmente en diversos contextos. A título de ejemplo, un planteo fue que analizaran distintas ofertas de telefonía móvil y optaran por una, para lo cual debían aplicar conceptos matemáticos que les permitieran argumentar por qué se inclinaban por un celular más barato o por uno más caro pero con mejores prestaciones.
El Informe 2012 respecto a Uruguay no puede enorgullecer a nadie, por supuesto. Tampoco puede utilizarse para desacreditar a las Pruebas PISA, como ya se ha intentado en años anteriores.
Es para reconocer, de una vez por todas, que la inversión por sí misma no es un camino seguro hacia el éxito educativo. Otorgarle recursos a la Enseñanza no es suficiente si ello no implica un seguimiento, una evaluación periódica del sistema y de los docentes, y una contraprestación en mejora de resultados.
Ya no caben dudas que se va por muy mal camino y que debe rectificarse el rumbo para mejorar la gestión haciendo lo que hay que hacer. Y, quizás, haya que admitir con gallardía que se ha perdido casi una década en intentos infructuosos. No sólo porque en Enseñanza nuestro país no ha sobresalido casi en nada, sino porque ha retrocedido en forma alarmante.
Otros países nos han adelantado, evidenciando que si hay voluntad, se pueden hacer las cosas bien.
Pero seguir insistiendo con que “la Educación no está peor, sino distinta”, es negar la propia incompetencia.