La Sinfonías de las Aguas
Corría el mes de octubre del 2009 y con Hugo de León encarábamos el último acto de la campaña electoral.
¿De qué vas a hablar?, le pregunté.
De la Sinfonía de las aguas, me contestó con esa especial forma de decir las cosas, parca pero contundente, que tiene Hugo.
¿De qué?, repetí preocupado.
Con una sonrisa me contestó: de la pobreza, de esa afirmación del candidato del Frente de que sólo ellos pueden hablar de pobreza porque la vivieron.
Cuando Hugo empezó a hablar se hizo un silencio enorme.
Rememoró su infancia en Rivera. Perdió a su padre siendo niño y pasaron con su madre y hermanos penurias económicas.
Mencionó, emocionado, el optimismo de su madre que los ayudó a salir adelante.
Recordó los días de lluvia. Las gotas se colaban por los agujeros del techo y su madre colocaba ollas, cacerolas y palanganas para evitar que se mojara el piso.
Escucha la sinfonía de las aguas, Hugo, le decía su madre mientras las gotas caían sonoras sobre el metal.
El aprovechaba cuando caían fuera para tirarse y resbalar sobre el piso jugando a patinar sobre él.
¿A mí me van a decir que no puedo hablar de pobreza?, se preguntó frente a la multitud que estalló en un prolongado aplauso.
Con el tiempo, Hugo se esforzó y salió adelante, triunfando en la vida. Como futbolista primero, entrenador después y hoy como empresario.
Su ejemplo es el de muchos que trabajaron duro, lograron darle educación a sus hijos, progresaron y tuvieron éxito.
Mientras lo hicieron fueron solidarios, ayudaron a otros, a la comunidad, a la sociedad toda.
El Uruguay está lleno de calles, plazas, escuelas y liceos que llevan el nombre de muchos uruguayos solidarios.
La movilidad social es una característica de nuestra sociedad desde siempre.
Se logra principalmente con la Educación. Ella nos da a todos las mismas oportunidades. Cuando los padres no pueden pagarla, el Estado debe brindarla. Debe hacerlo para asegurar a todos el mismo punto de partida.
Después será el esfuerzo, el trabajo, los talentos y las virtudes los que marcarán el techo.
Tener éxito en ese esfuerzo nunca debe ser motivo de condena, sino de admiración.
Tener éxito no otorga mayores derechos sino más obligaciones. De ayuda, de solidaridad, de responsabilidad social.
Eso también ha sido un distintivo de nuestra sociedad.
Pero hoy todo esto está en peligro.
Peligro por esa condena al éxito, ese discurso de división entre interior y capital, pobres y ricos, burgueses y proletarios, chetos y planchas.
Peligro porque en las zonas de contexto crítico el índice de repetición es enorme.
Peligro porque en las familias del quintil de menores ingresos del país, hoy, sólo uno de cada diez termina la Educación Media Superior.
Mientras que en las familias del quintil de mayores ingresos nueve de cada diez lo hacen.
Hoy el que nace en los hogares de menores ingresos tiene menos posibilidades que otros uruguayos.
La culpa no es de aquellos que no nacen en esos hogares. La culpa es de nuestro Estado que no logra darles las mismas oportunidades porque administra mal los recursos que mediante el pago de impuestos, aportamos todos.
En algún lugar del Uruguay hoy está naciendo un niño que mañana puede ser un médico o un investigador que con su trabajo mejorará la vida de todos. Que tiene el mismo derecho de todos.
No podemos darnos el lujo de que uno sólo de esos niños quede atrás.
Para no dejarlo atrás, en lugar de divisionismos, debemos concentrarnos en darle las mismas posibilidades.
Mañana lunes presentaré un proyecto de ley para ello, habilitando en la Tarjeta del Mides fondos para pagar educación en centros exitosos como el Impulso o el Jubilar.
Para que esos ejemplos exitosos broten en todas las zonas de contexto crítico y así terminen con las diferencias de oportunidades.
Porque necesitamos transformar nuestra educación y convertirla, de nuevo, en una camino de igualdad de oportunidades.