Mis palabras en el Día Internacional en Memoria de las víctimas del Holocausto

SEÑOR BORDABERRY.- «Judíos: ¡escriban!». Este fue el grito, ordenando, pidiendo  e implorando, de Simón Dubnow el 8 de diciembre de 1941 cuando, en Riga, lo conducían a su asesinato. Poco antes de ser asesinado, hizo ese pedido: «Judíos: ¡escriban!». Ese mismo día, en ese azar de la historia, comenzaba a funcionar el primer sitio de extermino en Chelmno.

Cuando el ejército de los Estados Unidos llegó a los campos nazis de exterminio, el general Eisenhower, héroe de Normandía, hizo desfilar a todas sus tropas y a los prisioneros adversarios delante de ellos. ¿Por qué lo hizo? Eisenhower pensaba, sostenía que quizá algún día habría que dar testimonio de eso. Parecía imposible en ese momento –¡cómo pensarlo!– que tanto horror, que tanta barbarie fuera, no ya negada, olvidada.

      En diciembre de 2006 –hace doce años–, en Teherán, el IPIS organizó un congreso sobre el Holocausto. En realidad era sobre la negación del Holocausto, sobre la duda sobre el Holocausto. El señor Ahmadineyad anunció en ese momento la pronta desaparición de Israel y la duda sobre la existencia de la Shoá.

No nos vayamos tan lejos.

Hace ocho días, el encargado de la Fuerza Aérea iraní dijo que esta está lista para la guerra que llevará a Israel a su destrucción.

Hace una semana, en Perú, el señor Vladimir Cerrón –actual gobernador de Junín y líder del partido Perú Libre– dijo que si se articulaba bien la unidad, se podía enfrentar a los poderes judío-peruanos.

Hace una semana, un hombre de Estados Unidos intentó incendiar un condominio en Miami. Cuando allanaron su casa, se encontraron armas con emblemas nazis, una bandera gigante con el logo de las SS, una taza con una referencia a Adolf Hitler.

Y así podríamos seguir repasando las cosas que están pasando, en Inglaterra –en Essex–, por ejemplo, y en tantos lugares más.

Parece increíble, no ya que no se quiera recordar, sino que se niegue el Holocausto. Por eso el acierto de esta sesión y el acierto de las Naciones Unidas en establecer esta fecha como el día del recuerdo de la Shoá, que enfrenta hoy, ya no los problemas del pasado, de la negación o de la publicidad, sino los nuevos desafíos de la neurobiología, de las redes informáticas. Por suerte, en los últimos tiempos la democracia liberal ha sabido enfrentar, a favor de esa libertad del ser humano, de su pensamiento, todas estas manipulaciones. Y ha sabido enfrentarlas con el instrumento más grande que posee: la libertad, la opinión, la comunicación.

Fue el liberalismo, sin lugar a dudas, el mejor instrumento para enfrentar a estos autócratas que intentaron estrangular la libertad desde fuera. Se ha podido enfrentar todo esto porque los ataques venían desde fuera. Pero hoy enfrentamos un problema mucho mayor, que son los ataques que vienen desde dentro. Hoy en día, en las redes, en la capacidad informática, en el arsenal de datos, se empieza a manejar una cantidad de información que pretende, como ayer lo hacía la propaganda nazi, manejarnos a todos, pero no desde fuera sino desde dentro.

No es ninguna novedad la propaganda y la manipulación. No es ninguna novedad el repetir una y mil veces que algo no sucedió para tratar de convencer a los incautos. Es más: hay un estudio reciente de los Estados Unidos, de la Claims Conference, que muestra datos muy preocupantes. El 45 % de los norteamericanos no pudo nombrar un solo campo de concentración, y ese porcentaje llega al 66 % en el caso de los millennials. El 22 % de los millennials no habían escuchado hablar sobre la Shoá, sobre el Holocausto. No sabían lo que era. En Canadá, el 54 % de los adultos no sabía cuántos judíos murieron en la Shoá, porcentaje que aumentó al 62 % entre los millennials. El 72 % de los canadienses no sabía quién era Elie Wiesel.

Nuestra generación pretende entender el mundo a partir de nuestra realidad y, a veces, no de la realidad que estamos viviendo hoy. En Inglaterra, uno de cada cinco encuestados afirmó que habían muerto menos de 2:000.000 de judíos en el Holocausto.

El problema hoy es que están los que nos quieren piratear el cerebro humano, que andan en las redes investigando cuál es el interés de cada uno de nosotros, que ponen hasta titulares falsos y así reclutan para su causa a determinadas personas, a los que ven que pueden seguirlos.

     Recordemos cómo empezó el señor Hitler, en 1919. Entró a un local, hizo un discurso, nadie le prestaba mucha atención, gritaba que no lo escuchaban, hasta que de pronto habló contra los judíos y vio que algunos se iban y otros se quedaban. En ese momento captó a los que tenían interés, y sucedió todo lo que vino después. Eran unos poquitos. Hoy en día la captación viene por estas nuevas formas, y ese es quizás el gran desafío que la conmemoración del día de hoy tiene por delante.

Los propios nazis crearon un juego, como aquellos juegos de la oca, para niños y jóvenes. Se llamaba Juden Raus, «Judíos Fuera». El juego tenía casilleros, se tiraba un dado y unas figuras hacían el recorrido. Ganaba quien lograba expulsar a todos los judíos a Palestina. ¡Fíjense qué mecanismo de adoctrinamiento, qué manera de crear un pensamiento casi que único en la formación de los niños! ¡Qué barbaridad!

Hoy, aquí cerca, del otro lado del charco, se vende un juego que se llama Ahed Tamimi y la lucha del pueblo palestino. Es un juego del mismo tipo; se tira un dado y las figuras van avanzando casilleros. Si meten preso a un familiar de Ahed, como toda la familia tiene que ir a reclamar su libertad, el jugador pierde un turno. Si soldados de Israel lanzan gases lacrimógenos contra los pibes, avanza dos casilleros por el susto. Hoy, acá enfrente están adoctrinando con esto. La editorial Sudestada lo produce. Dicen que en realidad están contra la ocupación israelí; entienden que Israel ocupa los territorios en que hoy está. Realmente no se comprende la posición, cuando no están en contra de los asesinatos de cristianos en Siria, del régimen de Corea del Norte y de tantos más.

Hace poco, también del otro lado del río, se repartió un juego –incluso en escuelas– que se llama En la punta de la lengua. Es uno de esos juegos en los que se dan pistas y hay que adivinar qué se está describiendo. Este juego tiene una ficha que dice: «Asentamientos Judíos. Víctimas Niños. Territorios Robados. Destrucción y Despojo. Fundamentalismo Judío». Y la respuesta es: «Estado Palestino».

Hay una encuesta hecha a los judíos en Europa. El 38 % de la comunidad judía en la Unión Europea consignó que había considerado emigrar porque no se sentían seguros. ¡Qué bien hacemos en recordar! Si uno hubiera hecho una encuesta en 1933, 1932 o 1930, ¿cuánto hubiera sido ese porcentaje?

Se habla del Holocausto. Un gran amigo mío un día me dijo que es mejor hablar de la Shoá, porque la palabra «Holocausto» –que es el término que han usado las Naciones Unidas hasta el día de hoy– viene del griego y es una especie de ofrenda a un dios, quemada en sacrificio, consumida por el fuego. En cambio Shoá es cataclismo destructivo, y eso es lo que fue el Holocausto, un cataclismo destructivo.

Y la Shoá se acerca ahora a su 80.ª aniversario, cuando algunos todavía la niegan, otros hacen juegos y otros matan. Mientras tanto, el terrorismo acecha.

El pueblo judío ha sido perseguido a lo largo de la historia, a veces por su religión, a veces por sus ideologías políticas; pero siendo terrible lo anterior, lo que vivió en este caso es lo peor de todo, porque no querían imponerles una nueva ideología política o cambiar su religión, sino que se los perseguía por su condición de seres humanos. El término «antisemitismo» señala a los judíos como miembros de un grupo racial único y no como personas que denotan una fe determinada o pertenecen a una nación diferente. Este término fue introducido en 1870, y todo lo que vino después ya lo conocemos, pero es bueno recordarlo y repetir los nombres, para que queden grabados a fuego: La Noche de los Cristales Rotos, Varsovia, el gueto judío, Auschwitz, la terrible Conferencia de Wannsee sobre la solución final, la cámara de gas, los 37 campos de exterminio, como Sobibor, Dachau, Flossenbürg, Bergen-Belsen, Buchenwald y Treblinka –millones de muertos–, los trenes de la muerte, el Erntefest, Himmler, Mengele. Debemos recordar lo que Winston Churchill llamó el mayor y más horrendo crimen de la historia de la humanidad.  

Un reciente libro publicado por el doctor Julio María Sanguinetti recopila una serie de artículos que el autor escribió, y allí se habla de todos estos temas. Y creo que el gran acierto del doctor Sanguinetti fue el nombre que le puso: La trinchera de Occidente. ¿Por qué? Porque eso es Israel, y es lo que quizás no nos damos cuenta quienes no estamos en la trinchera de Occidente. Es como se ve en estas nuevas series de televisión, en las que siempre existen batallas pero en el límite hay una fortaleza o una puerta donde guardianes cuidan que no ingresen los enemigos; eso es Israel. Este país está en el límite de Occidente y representa nuestros valores. Es una democracia, es un Estado de derecho. Defiende los mismos principios que nosotros.

El otro día leía que Israel destinará 12 millones de euros para combatir la violencia de género. Tanto que hablamos en el Uruguay de la violencia de género y miramos para otro lado cuando en algunos países de esa misma región se hace lo que se hace con las mujeres y con los homosexuales. Pero Israel representa nuestros valores, esa civilización occidental forjada en la tradición judía de la igualdad ante las tablas de la ley: la cristiana de la piedad, la griega de la racionalidad y la romana de la organización para la supervivencia. Combina todo eso y da un hándicap, porque enfrenta a los fundamentalismos, a los terrorismos, siendo un Estado de derecho, siendo una democracia, y está ahí, en la frontera occidental, representándonos a todos nosotros.

     Por suerte nuestro país, desde siempre, ha estado del lado adecuado, desde el primer día, desde el primer momento. En 1920, el entonces canciller Alberto Guani apoyó la Declaración Balfour, que reclamaba un hogar para el pueblo judío. Alberto Guani fue embajador y también ministro de Relaciones Exteriores. Podemos recordar también aquellos episodios con Millington Drake –el embajador británico–, Spielmann, Voulminot y la Batalla del Río de la Plata. Hace muy poco se publicó un libro que recomiendo, que se llama Tres hombres y una batalla, que lo relata muy bien.

     ¡Ya lo apoyaba en 1920!

     En 1944, en el Uruguay, se instaló el Comité pro Palestina Judía en el Ateneo, con hombres señeros de nuestra vida política y de la academia, como Augusto Turenne –que lo presidía–, Celedonio Nin y Silva, Carlos Sabat Ercasty, Óscar Secco Ellauri, Grompone, Justino Jiménez de Aréchaga y Hugo Fernández.

     En 1945, un año después, en la Conferencia de San Francisco, el ingeniero José Serrato, que era canciller, pero había sido presidente de la república, propone a los cancilleres latinoamericanos que reclamen a Inglaterra, que estaba dominando Palestina, que la declarara independiente y le diera el espacio. Algunos acusaron a Uruguay y a Serrato de que había sido inoportuno su planteo.

     En 1946 se hace el primer acto callejero pro Palestina, en 18 de julio y lo que era Agraciada, en el Entrevero, y habla Luis Batlle.

En 1947 Inglaterra acepta someter el tema de Palestina a las Naciones Unidas y Uruguay propone apoyar el fin del mandato británico y crear un estado judío. Se forma un comité especial en las Naciones Unidas y el país lo integra a través del profesor Enrique Rodríguez Fabregat, el profesor Óscar Secco Ellauri y el ingeniero Edmundo Sisto, que es el que viaja a la zona a fijar los límites. Estamos hablando de tres uruguayos. ¡Qué orgullo! Y se aprueba, con el voto de Uruguay, la creación de dos Estados. Y eso es bueno saberlo: son dos Estados. Pero resulta que hay uno que no quiere reconocer que son dos Estados.

El 24 de agosto de 1948 –se cumplieron 80 años hace poco–  llega el primer diplomático israelí al Uruguay: Moisés Toff, subsecretario de Relaciones Exteriores.

El doctor Sanguinetti habla de que somos dos países que provenimos de dos éxodos. Somos dos países que profesamos la misma filosofía, los mismos principios. Y hay que tener mucho cuidado. Hace poco se hablaba de genocidio refiriéndose a una respuesta frente a un ataque terrorista. Ayer eran Auschwitz, Treblinka, Dachau y hoy esos nombres se sustituyen por Munich, el 11 de setiembre en Nueva York, el 11M de Madrid, la AMIA, la Embajada de Israel en Buenos Aires, David Fremd, la negación, o  decir que el que actuó en Paysandú en realidad era un demente. Quizás lo era y lo es, como era un demente Hitler y lo eran todos estos que hicieron lo que hemos mencionado, pero no por eso tienen que escapar a su responsabilidad. Hacen juegos, propagandas.

Primo Levi, sobreviviente, escritor italiano, dijo que después de Auschwitz es imposible escribir poesía. Y Ana Frank escribía: «Nosotros, los judíos, no debemos exteriorizar nuestras emociones, debemos ser valientes y fuertes, debemos aceptar todos los inconvenientes y no quejarnos, debemos hacer lo que esté en nuestras manos y confiar en Dios. En algún momento esta terrible guerra acabará. Con seguridad volverá el momento en el que otra vez seamos un pueblo, y no solamente judíos».

Hoy todos volvemos a ser Ana Frank. Así como Simón Dubnow pedía «Judíos: ¡escriban!», volvemos a pedir: Ciudadanos del mundo, uruguayos: ¡sigamos escribiendo!

Muchas gracias.