Ahora también cocaína

Daniel Bianchi

daniel bianchiHay cuestiones con las que no se puede improvisar.

Hay temas que requieren ser planteados y analizados con madurez, prudencia, reflexión y buen juicio.

La vida y la salud de las personas son dos de ellos.

Por eso llama poderosamente la atención que al mismo tiempo que en Uruguay persiste casi con el sello propio de la Inquisición Española la restricción al tabaco y se pretenden acrecentar las limitaciones al acceso a las bebidas alcohólicas, discordantemente prosigue su marcha, sólo con el respaldo del oficialismo, el plan del presidente José Mujica de legalizar la marihuana, al que, como si fuera poco, se ha sumado en las últimas horas la propuesta de Tabaré Vázquez de legalizar también la cocaína.

Parece un mal sueño, pero no lo es. Lejos de tratarse de una pesadilla o una alucinación, es una propuesta concreta realizada por quienes hoy manejan los hilos del Estado y tienen el afán de seguir haciéndolo.

El Gobierno defiende a ultranza su posición insistiendo que se trata de una “política coherente de seguridad y salud pública”, pero lo cierto es que entre restringir el cigarrillo y el tabaco, y legalizar la marihuana y la cocaína,  existe una fabulosa contradicción.  El oficialismo desarrolla criterios diferentes para uno y otro flagelo, y lo peor de ello es que muy indolentemente lo niega.

Hasta ahora había utilizado con una llamativa liviandad el inaceptable argumento de que legalizar la marihuana permitiría al Estado “arrebatarle la circulación de esa droga a los cárteles y que los consumidores no fueran tentados a obtener otras más nocivas”, con lo que si el Estado pasa a hacerse cargo de la “regulación controlada del mercado de marihuana” -tal como desde el Gobierno se hace hincapié en que se designe este proyecto- estará ocupándose él mismo de manejar una industria dirigida a destruir la salud de los uruguayos.

La argumentación del proyecto subraya la necesidad de generar las herramientas para “separar el mercado de la marihuana del mercado de las otras drogas, de manera que se reduzca el número de nuevos ingresos de personas al mercado de sustancias toxicológicamente más riesgosas, como la pasta base o la cocaína”. Pero, más allá de la profunda controversia que lo anterior implica, la aparición de Tabaré Vázquez promoviendo ahora que debe procederse de la misma manera con la cocaína, invalida por completo el argumento anterior. Eso es bien claro.

Originalmente la iniciativa tenía un único artículo, pero durante el tratamiento parlamentario aquel se convirtió en cuarenta y cuatro artículos en los que se establecen los marcos regulatorios para la plantación, el trasiego, la venta, la dosificación y el consumo del cannabis. El texto instituye la creación de un ente estatal regulador -¡más cargos rentados y más burocracia!- encargado de emitir licencias y de controlar la producción y la distribución de la droga, que podría adquirirse en farmacias especialmente habilitadas.

Pero es imposible imaginar al Estado uruguayo regulando la producción, la venta y el consumo de la marihuana, cuando hasta ahora se ha mostrado incapaz de regular el consumo de alcohol a pesar de contar con muchísimas más herramientas y organismos de vigilancia e intervención para hacerlo.

Cierto es que ha sido mayormente la pasta base, más barata y adictiva que la marihuana, la que ha ocasionado los mayores estragos en los últimos años en el país, convirtiéndose en una de las causas del aumento de la inseguridad en las calles. Pero no menos cierto es que la marihuana es la puerta de acceso al mundo de la drogadicción, inmersas en el cual las personas progresivamente comienzan a apostar por drogas más duras.

Agravia, por tanto, que el propio Estado uruguayo, encargado de velar por la salud y la vida de los uruguayos sea, precisamente, el que atente contra ellas a impulsos de burócratas empeñados en contribuir al desarrollo de una enfermedad embarcados en una suerte de aventura improvisada, mal analizada, peor instrumentada y tristemente calificada como “un experimento” por el propio presidente Mujica.

Como si experimentar con la vida de los uruguayos fuera aceptable.